Crítica de Bring Her Back (2025): terror australiano
Los hermanos Danny y Michael Philippou confirman en Bring Her Back que su salto desde el estruendo hiperquinético de YouTube a la sala oscura no fue una mera anécdota, sino un cambio de piel: aquí depuran el músculo del terror contemporáneo con una puesta en escena clásica, de cámara firme, que renuncia a la moda del shaky cam y del punto de vista subjetivo para construir el miedo desde la composición, el espacio y el tiempo internos del plano.
El resultado es una respiración inquieta, sostenida, en la que el misterio se administra con mano fría y precisión quirúrgica. Nada de persecuciones histéricas: la cámara observa, encierra, aprieta. Ese rigor visual dialoga con una paleta de colores trabajadísima —verdes mustios, maderas húmedas, azules de duelo— y con una dirección de arte sin fisuras que convierte la casa en un organismo vivo: cada moldura, cada lámpara y cada objeto parecen respirar junto a los personajes. A ese microcosmos enrarecido lo dinamitan dos presencias que se quedan clavadas en la memoria: Laura, interpretada por una Sally Hawkins felinamente ambigua, y Oliver, el niño encarnado por un extraordinario Jonah Wren Phillips. Él entra en cuadro desde el principio como agente disruptor y jamás abandona esa condición: es un cuerpo que no necesita alzar la voz para contaminar cada escena, un silencio que produce grietas. Ella, atravesada por el duelo y la obsesión, modula el tránsito entre la ternura y el fanatismo sin perder humanidad; juntos son el corazón oscuro de la película.

En paralelo, el film convierte el VHS en un objeto de terror genuinamente generacional: no hay nostalgia bonita sino pavor ante un soporte de registro sin fidelidad, con su grano sucio y su audio espectral, capaz de deformar la memoria y de invocar aquello que debería seguir enterrado. Es brillante cómo ese residuo analógico se vuelve interfaz del horror en una era de pantallas limpias. La ambientación australiana aporta un aislamiento suburbano que pesa como plomo —calles abiertas que, sin embargo, asfixian— y un clima que se filtra por las paredes; y el departamento de maquillaje, sin fallas, apuesta por lo corpóreo con un efecto más perturbador que cualquier demonio digital: dientes que ceden, pieles que se agrietan, rostros que la vergüenza quisiera tapar. Allí es donde la película muerde de verdad.

También destaca Sora Wong como Piper (rebautizada de forma inexplicable como “Viper” en un pésimo doblaje latino): su personaje incorpora con naturalidad una discapacidad visual y la actriz, que convive en la vida real con una condición ocular, aporta una vulnerabilidad activa que complejiza la dinámica del grupo y suma un subtexto sobre cómo se integra la diferencia en una producción pensada con rigor desde la mirada del espectador. Lo más flojo está en el arco de Billy Barratt: su presencia sostiene algunos pasajes, pero su trayecto dramático acusa altibajos y a ratos funciona más como bisagra de set pieces que como conciencia del relato. Aun así, Bring Her Back deja la sensación de una obra sólida, de terror físico y emocional, construida sin atajos formales y con un respeto casi clásico por el encuadre. Confirma a los Philippou como cineastas con pulso y visión, y abre el apetito por verlos ensayar otros géneros —drama, aventura— donde su control del tono y del espacio podría brillar con igual intensidad.
Excellent
Los Philippou firman un terror de cámara estricta y atmósfera australiana: VHS como fetiche siniestro, Hawkins y Jonah Wren Phillips portentosos, Sora Wong suma verdad; Barratt, lo más flojo.

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