Dogman – Crítica de la película de Luc Besson
“Si voy a tener un pasado, prefiero que sea de opción múltiple”, expresa el Guasón en uno de los monólogos que figuran en la novela gráfica La broma asesina, de Alan Moore. Asimismo, es una postura que palabras más, palabras menos, manifiesta el protagonista de Dogman, un hombre en silla de ruedas quien al inicio de esta película de drama criminal —una muy emparentada con Guasón, de Todd Phillips— se nos presenta como un delincuente vestido de mujer, puesto por la policía bajo custodia.
De nombre Douglas, aquel enigmático sujeto dice disfrazarse para inventarse un nuevo pasado, lo cual aviva la curiosidad de Evelyn, la psiquiatra encargada de interrogarlo y que junto al público irá descubriendo sus orígenes, como también su íntimo vínculo con decenas de perros que roban cámara, ya sea por su ternura o cualidad mortífera.
Contendiente en el Festival de Venecia 2023, Dogman es la más reciente película de Luc Besson (El perfecto asesino), la cual tuvo su premiere mundial sólo algunos meses después de que el prominente cineasta fuera liberado de todos los cargos de presunta agresión sexual que él venía enfrentando desde antes de la pandemia. Tras hallarse al borde de la cancelación, pudiera no ser casualidad que su nuevo largometraje se enfoque en un paria de la sociedad que busca hacer las paces con Dios, el mundo y consigo mismo.
Por otro lado, cabe recordar que el tema de la juventud marginada suele asociarse con la corriente Cinéma du look, a la que Besson estuvo adscrito al inicio de su carrera en los años 80. En ese sentido, Dogman quizás logre sentirse como un retorno al punto de partida; una suerte de renacimiento que ha dividido a la crítica, pero que sin duda presume varios aciertos merecedores de reconocimiento.
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El actor de método Caleb Landry Jones (¡Huye!) se adentra profundamente en la psique del trastornado Douglas y el resultado es sobresaliente, por decir lo menos. Esta interpretación probablemente sea de las mejores del año pasado, o mínimo de las más vistosas en cuanto a las exigencias del papel. Si Dogman hubiera estrenado a tiempo en EE.UU. —lejos de toda polémica vinculada al director— razones habrían sobrado para que Jones tuviera una sólida posición en la actual temporada de premios.
Douglas ostenta la parsimonia y la manía de no parpadear de un Hannibal Lecter. Pero además, él por sí mismo es un actor de teatro, lo cual ofrece la oportunidad a Jones de actuar según el modo en que su personaje actúa en el escenario. Una de las secuencias más irresistibles de Dogman —dotada de un montaje rítmico maravilloso— tiene que ver justamente con un espectáculo musical e histriónico dentro de la película, donde Douglas muta por completo en una icónica cantante del siglo XX.
Son las tablas donde el protagonista encuentra su iglesia. Su Biblia es Shakespeare y el centenar de perros a los que lidera, la manifestación de un poder divino. No por nada Dogman arranca con una cita del escritor francés Alphonse De Lamartine que dice: “Donde quiera que haya un desafortunado, Dios envía a un perro”. Los canes son una familia para Douglas, pero también un castigo para aquellos que se dicen buenos cristianos y son sólo unos avariciosos maleantes o unos sádicos incorregibles.
¿La película pide entonces que le temamos a los perros? No, en realidad. Ninguna de las “mascotas” del personaje principal es equivalente al aterrador Cujo de Stephen King. Curiosamente, se muestran siempre muy amigables, incluso en los momentos donde se proponen atacar y matar.
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Al final, Dogman deviene una cinta del tipo “justicieros que están por encima de la ley”; una que incluso podría coquetear con la trilogía fílmica compuesta por El protegido, Fragmentado y Glass. Y vaya que sería interesante verla integrada al universo ficcional de M. Night Shyamalan. En materia de referencias a la cultura pop, asimismo hay una esencia de Gatúbela burtoniana que permea en Douglas, como también alusiones sumamente directas a El padrino, de Francis Ford Coppola, y a la leyenda de Robin Hood, en este caso, debido al deseo del protagonista de contribuir a la redistribución de la riqueza.
Pensar en Cruella o hasta en Lassie tampoco es descartable, gracias al corazón perruno que late en esta producción. Para el rodaje, fueron requeridos alrededor de 115 perros entrenados —de acuerdo a cifras del director— que hacen de un par de secuencias de atracos y supervivencia un absoluto deleite.
El retorno de Luc Besson a la pantalla grande es de naturaleza juguetona, de una derrama de luz y color seductora sobremanera, aunque muy criticada por su falta de sustancia. De pretender apreciarla como un estudio de personaje, es cierto que Dogman no consigue ser enteramente convincente ni aguda. Sus no muy atinadas ambiciones fabulísticas sólo subrayan una superficialidad que disgustará a varios. Por ello, es mejor no esperar una película que conmueva, que invite a la reflexión o que abra nuevos panoramas. Es, antes que cualquier otra cosa, un ejercicio de estilo con un estelar estupendo y el potencial de complacer a todo amante de los perros.
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