Jaime Lorente es el waterpolista Pedro García Aguado en ’42 segundos’
A Jaime Lorente (Murcia, 1991) le quedan como un guante esos personajes de tío joven que va de duro, ingenuamente arrogantes y peligrosamente explosivos, que en un descuido te desarman con su vulnerabilidad. A su favor juegan tanto la mandíbula y el físico de boxeador, como lo vivido y lo leído, porque lo mismo te cita a Uta Hagen o unos versos de Leopoldo María Panero que al Chuky de Cieza. Desde 2017, gracias sobre todo a ‘La casa de papel‘ y a ‘Élite‘, 14 millones de seguidores en Instagram lo consagran. Ahora vuelve al cine con un personaje real, Pedro García Aguado [el jugador de waterpolo de la selección nacional que luego se hizo popularmente conocido como presentador del reality ‘Hermano mayor’], que descubrirá a los más jóvenes una ingrata gesta de nuestra historia deportiva y un momento de fe, Barcelona 92, que en la distancia pierde brillo y gana en inocencia.
¿Cómo fue la preparación física para el personaje del jugador de waterpolo?
Durísima. Soy una persona de secano, de desierto, de tierra, y ha sido una lucha aprender a jugar al waterpolo al nivel de esta gente. Que es un decir, porque nunca logramos jugar más de tres minutos seguidos de partido. Lo hicimos todo nosotros, no tuvimos dobles. Pero la primera vez que nos pusieron el balón en la mano yo le dije a Álvaro [Cervantes]: «Tío, ¿dónde nos hemos metido?» Y eso que entrenábamos en una piscina donde hacíamos pie. Lo mío era un espectáculo de clown.
Vuelve a interpretar a un tipo juerguista y macarra. ¿Los busca? ¿Le buscan?
Se lo dije a los directores, Dani de la Orden y Àlex Murrull: «No quiero caer en hacer a un tío bueno en el waterpolo al que le va mucho la farra y ya está. No quiero un cliché. He tenido cerca personas que han pasado por cosas parecidas, y sé que la gente que es así está muy dañada». Yo a Pedro se lo dije: «Tío, yo quiero hacer honor a lo que tú has sufrido, y hacer un personaje muy sensible para que la gente lo entienda».
¿Cómo fue conocerlo en persona?
Conmigo Pedro se dio entero. Cuando vino a ver cómo rodábamos el final de la peli su cara era un poema. Sobre todo porque rodamos en las mis-mas instalaciones donde se jugó aquella final y se atrezó para que fuera exactamente igual que en las Olimpiadas del 92. Fue muy emocionante.
La famosa épica de las películas de deporte.
La final dura más de 20 minutos. Y sé que es mucho, pero está tan bien rodada que cuando vi la película pensé: «Joder, a ver si ganamos» [risas]. Pero no hay manera, perdemos siempre [risas].
¿En la vida se considera un ganador o un perdedor?
No soy tonto, sé que he conquistado muchos lugares, pero aun así me sigo considerando un perdedor. Tengo muchas ganas de verme fallar y que no pase nada. Siempre he estado muy a favor del fallo, pero cuando lo veo… Uf.
¿Y de qué se siente orgulloso?
De no ser un gilipollas. Mucha gente me dice que el éxito puede hacer que se te vaya la cabeza, pero estoy seguro de que la gente que se vuelve gilipollas es porque siempre ha sido gilipollas.
Sé que fue muy mal estudiante y que era de los gamberros del colegio. ¿Cómo acabó en un escenario?
Un día le pidieron a los profesores que eligieran a un alumno de cada clase que representase a su grupo y yo pensaba que iba a ir el delegado de clase, pero el profesor de Física y Química se acercó y me dijo: «Jaime, quiero que vayas tú porque creo que eres un chaval muy inteligente». Y además añadió: «Por cierto, estoy haciendo teatro, ¿te apetece unirte a ver si te gusta?» Me descubrió el teatro y yo me enamoré.
Hay momentos que se convierten en encrucijadas vitales y no lo sabemos.
Ese profesor, Carlos, me dio un lugar. Con lo que se le dice a un niño lo puedes salvar o hundir.
Tiene una hija de nueve meses, ¿cómo se siente en este nuevo papel?
Muy feliz, a mí me ha curado muchas cosas el hecho de ser papá. Me paso el día pensando en qué hacer para amarla mejor.
Revisa aquí nuestra crítica de ’42 segundos’.
No hay comentarios