Cine musical: Historia, características y ejemplos
Uno de los géneros más divisorios en el cine es el musical. Para muchos, se trata de la oportunidad perfecta para experimentar grandes historias en la pantalla con fastuosas coreografías y poderosas canciones. Pero para otros, representa una experiencia hasta tortuosa por sus características. Lo amen o lo odien, no se puede negar que el musical fue uno de los géneros que permitió y marcó el éxito del séptimo arte en sus primeras décadas de existencia. Y gracias a su arraigo con un sector de la audiencia, mantiene una gran importancia para la industria. Conoce más del cine musical, desde sus inicios hasta el temido punto de quiebre que lo cambió todo.
Historia del cine musical
Los primeros sonidos
Durante sus primeros años, el cine era un espectáculo mudo. Su fortaleza recaía en la parte visual y la habilidad de sus creadores para contar, por medio de imágenes, historias que entretuvieran a la audiencia. Pronto se recurrió a los pianistas para amenizar las funciones; estos tocaban piezas coherentes con el tipo de historia que los espectadores veían en pantalla. Sin embargo, el paso del tiempo mermó la experiencia. Los pianistas recibían malos sueldos, poco tiempo de descanso y se enfrentaban a extensas jornadas laborales. Quienes poseían las salas de proyección de la época se vieron frente a un gran problema: la gente gustaba de música mientras veía sus películas, pero no sabían cómo integrarla de una forma que no dañara la experiencia o dañara a los pianistas.
Lejos estaban de imaginar que, en la segunda década del siglo XX, comenzaría la difusión de emisoras radiofónicas. Lee De Forest, un inventor que acumuló más de 300 patentes en toda su vida, había desarrollado años atrás una de sus mayores creaciones: el audión (hoy llamado triodo). Dicho aparato, que consistió en un tubo de vacío, permitía la amplificación del sonido, y fue clave para dos eventos importantes: la primera transmisión de una ópera a través de la radio, y el anuncio de los resultados en las elecciones de EE.UU. en 1916.
Sin embargo, De Forest también propició la aparición de las primeras películas sonoras. En 1923 descubrió cómo grabar el sonido en una película. Y aunque su sistema de grabación no tuvo los resultados esperados, pronto se convirtió en algo clave para la industria cinematográfica.
La llegada del cine sonoro y el origen de los musicales
1926 se convirtió en un año vital para el cine. Don Juan, de John Barrymore, se convirtió en la primera película comercial con una musicalización completa. Pero no fue, en absoluto, algo como lo que hoy se conoce. Se concibió como una producción muda, por lo que los diálogos se mostraron a través de rótulos, pero su música y efectos sonoros provenía de discos perfectamente empalmados para exaltar su contenido. El experimento tuvo gran éxito.
Un año después llegó El cantante de jazz, considerada por muchos como la primera película sonora, y el primer musical de la historia. Narra la historia del hijo de un rabino, quien rompe las reglas de su familia al descubrir que su pasión es el mundo del espectáculo. En su realización se ocupó el sistema Vitaphone, que consistía en grabar el sonido en conjunto a la grabación visual de la película. Esto en grandes discos similares a los de vinilo, y a través de un micrófono condensador. A diferencia de Don Juan, El cantante de jazz sí tuvo diálogos, aunque no en una gran cantidad. Al Jonson, su protagonista, fue el responsable de interpretar las primeras canciones en el cine.
Aprendiendo a coreografiar el éxito
El éxito de El cantante de jazz provocó que decenas de cineastas se actualizaran para usar el sonido y la música como parte de sus producciones. Las películas sonoras pronto se convirtieron en la novedad. No era raro ver gente que condujera de cine en cine para encontrar la proyección de una película con sonido y, si era posible, música. Así, La melodía de Broadway (1929) dio inicio a la época dorada del cine musical y, de paso, ganó el Óscar en 1930 a la Mejor película. Al mismo tiempo, otros musicales fueron producidos en Europa, donde ya se corría el rumor de lo que provocaba el género entre la audiencia.
A principios de los años 30 llegó Bajo los techos de París, cinta francesa que tomó nota de lo aplicado en Hollywood y mezcló parlamentos, música y canciones por primera vez en su país. En Estados Unidos y Europa, la demanda de canciones y compositores musicales creció como la espuma. El cine había encontrado su nueva mina de oro y, por ello, los cineastas y ejecutivos, desesperados, buscaban contratar a los mejores músicos y comprar los derechos de éxitos musicales.
La crisis económica que azotaba Estados Unidos terminó por ser un rayo de esperanza para los productores de cine. Muchos teatros en Nueva York tuvieron que bajar el telón por un largo rato, y sus actores, compositores, directores y coreógrafos se cobijaron en el cine. Gracias a ello se corrigieron algunos problemas de los musicales de la época: bailes erráticos, poca creatividad en los escenarios, e interpretaciones que podían ser mejores.
Si por algo se distingue la década de los 30, es por la tremenda cantidad de musicales producidos. Las carteleras estaban llenas de propuestas de este corte, pero también de cine negro. Ver tramas “interrumpidas” por canciones, escenarios de todo tipo, coreografías y bailes que avanzaban la historia se convirtió en el pan de cada día para quienes acudían al cine. Shirley Temple, Mickey Rooney y Judy Garland se convirtieron en algunas de las estrellas más importantes para la industria, pero nadie como la pareja que formaron Fred Astaire y Ginger Rogers, que protagonizaron éxitos como La alegre divorciada (1934), Sombrero de copa (1935) y Vuelve a mí (1936).
En la parte técnica destacó Busby Berkeley, quien en la década anterior fue director de danza para Broadway y pronto tuvo que cambiar de medio. De hecho, colaboró con la mexicana Dolores del Río en Ave del paraíso (1932). Su conocimiento y rápido aprendizaje del séptimo arte lo llevaron a ponerse tras las cámaras de numerosas películas. Aportó la idea de las cámaras con gran movimiento, algunos ángulos complejos y laboriosos números musicales que después fueron vistos como el estándar.
La década se llenó de importantes producciones, pero pocas generaron un impacto emocional como El mago de Oz (1939). Judy Garland protagonizó esta historia llena de bellos mensajes que se ganó un lugar en la mente y corazón de muchos. Hasta la fecha, el tema “Over The Rainbow” es considerado uno de los más icónicos en el género.
La música en la cima del éxito
Durante los 40, el musical continuó como uno de los favoritos por la audiencia. Sí, las historias eran muy parecidas entre sí, pero lo que enamoraba a la audiencia era el derroche de estrellas, los vestuarios y las espectaculares coreografías que caracterizaban a las películas. También se logró salir de los grandes estudios y se experimentó con las primeras locaciones. En este periodo hay dos nombres importantes que cambiaron la industria: Gene Kelly y Stanley Donen.
Kelly entró al mundo de las artes gracias a que su familia inauguró una academia de baile en Pittsburgh. El proyecto fue un éxito y pronto se expandió a otra sucursal en Johnstwon. Ahí, Kelly se desempeñó como profesor de baile, y tras los resultados obtenidos, decidió viajar a Nueva York para trabajar como coreógrafo. No todo salió como esperaba, pero recibió la oportunidad de protagonizar Por mi chica y por mí (1942), con Judy Garland. Eso lo puso ante los ojos de toda América. Aunque dirigió algunos documentales durante la Segunda Guerra Mundial, pronto volvió a los musicales y terminó por marcar su carrera de gran forma.
Donen, por su parte, conoció el cine desde la adolescencia, y se vio inspirado a tomar clases de danza gracias a una película musical. Dejó sus estudios de psicología para entrar a las obras de Broadway, y a principios de los 40 audicionó para Best Food Forward. Ahí apareció como miembro del coro de bailarines, luego se encontró con el ya mencionado Gene Kelly, su viejo amigo. Este último le ofreció trabajo coreografiando sus películas, y juntos crearon la secuencia del “Alter Ego”, que muchos consideran la más importante en la historia del cine musical.
Ya entrados los años 50, más estrellas aceptaron participar en musicales. El éxito de estos permeó incluso otros géneros como el drama o la comedia, que para no sentirse fuera de la tendencia, incluyeron algunas coreografías. Kelly y Donen mezclaron su talento en Cantando bajo la lluvia (1952), película dirigida por ambos, y que se convirtió en una de las más icónicas por sus coreografías, protagonistas y diseño de producción. Otros títulos destacados incluyen Kiss Me, Kate (1953), Los caballeros las prefieren rubias (1953) y Oklahoma (1955). Pero todo tiene un final, y más cuando no se cuida la materia prima con que se trabaja. Hollywood se engolosinó con el cine musical y terminó por reciclar historias ante la falta de nuevos argumentos o tramas que reinventaran el género.
Los pasos equivocados
La década de los 60 arrojó éxitos como Amor sin barreras (1961), Gypsy (2017) y Mary Poppins (1964). En términos críticos, incluso La novicia rebelde (1965) ganó el Óscar a Mejor película. Sí, seguían la fórmula de incluir diálogos cantados y espectaculares coreografías o creaciones musicales, pero tenían un importante aspecto en común: historias un poco más profundas que se alejaban de la fórmula explotada por otras cintas. Irónicamente, el público se acostumbró a estas tramas con mayor desarrollo, y le dio la espalda a las producciones menores, esas que seguían en lo mismo. La producción de los musicales bajó drásticamente a causa de importantes fracasos taquilleros.
Expertos en el tema, e incluso algunas estrellas de la época citan algunos factores en común que acabaron con la época dorada del género: un cambio en la forma de entretenimiento por el auge de la televisión, tramas repetitivas, la caída del star-system y el rechazo de los actores a participar en más musicales. Pero también hubo cambios en las tendencias musicales que lo cambiaron todo. El cine de la época se quedó con un público definido, y ante el surgimiento de géneros como el rock and roll, las audiencias jóvenes no se refugiaron en el cine para disfrutar de la música. En el extranjero, la situación fue peor: el público de Europa, por ejemplo, tenía otros gustos en cuanto a música, y no entendía la dinámica del cine musical americano.
Los fracasos, el rechazo del público a los musicales y una genuina falta de ideas evitó que los grandes estudios financiaran películas llenas de coreografías y canciones. Se les dio luz verde a proyectos específicos, algunos de ellos protagonizados por grandes estrellas o tomando como referencia historias ya probadas. Si hablamos de éxitos en los 70, podemos señalar Cabaret (1972, con Liza Minelli), Jesucristo superestrella (1972, basada en el musical de Andrew Lloyd Webber) y Vaselina (1978, con John Travolta y Olivia Newton John).
¿De vuelta a bailar?
Una nueva esperanza llegó en la década de los 80. Y, curiosamente, no provino del tipo de cine que se asociaba al hablar de musicales. Poco a poco, Disney comenzó a producir animaciones donde las canciones eran parte fundamental, y la estrategia se volvió un éxito. No se trataba de una estrategia nueva, pues décadas antes, El libro de la selva ya la había empleado. Sin embargo, fue la forma más efectiva de traer los musicales a una nueva generación y mantenerlos vivos por un tiempo. Así surgieron La sirenita (1989) o El rey león (1994), dos ejemplos de fenómenos que marcaron a varias generaciones y con canciones, personajes y tramas vigentes hasta nuestros días.
El siglo XXI marcó un nuevo panorama. A diferencia de las décadas anteriores, los musicales pudieron expandirse a más de una audiencia o género. Para los adultos hubo producciones como Amor en rojo (2001), Chicago (2002, ganadora del Óscar), Mama! Mia (2008) o La La Land (2016); los jóvenes pudieron disfrutar propuestas como High School Musical (2006) o la nueva versión de Chicas pesadas (2024). La animación le dio la bienvenida a las franquicias Frozen (2012) y Trolls (2016). Las audiencias familiares también demostraron apoyo al cine musical. Y como muestra están las taquillas de El gran showman (2017), El rey león (en su versión 2019) y Wonka (2023). Incluso el terror se llenó de música, pues Tim Burton hizo una interesante mezcla con Sweeney Todd, el barbero demoníaco de la calle Fleet (2007).
Pero incluso con tanta variedad y éxitos en las últimas décadas, Hollywood no se ha dejado atrapar por el género. En tiempos recientes, la industria ha evidenciado un gran temor a vender sus películas musicales como lo que son. Casos recientes han inspirado conversaciones, debates y artículos sobre por qué Hollywood no explota a nivel publicitario el lado musical de sus producciones. Evidentemente, sonoros fracasos como Cats (2019), En el barrio (2021), Amor sin barreras (versión 2021), Querido Evan Hansen (2021) y El color púrpura (2023) han colaborado en eso, pero la tendencia no inició con dichas producciones.
Hace algunas décadas, la industria hacia hasta lo imposible por llenar las salas de música y grandes coreografías. Ahora, parece que el objetivo es esconder dichos factores y dejar que la audiencia se “sorprenda” una vez en la sala. ¿Volverá la época dorada de las grandes estrellas involucradas en sendas coreografías?
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¿Cuáles son las características del cine musical?
Canciones que aporten a la trama
En el cine es común que se utilicen diferentes canciones. Sin embargo, hay una gran diferencia entre usar temas sólo porque están de moda o amenizan bien una escena, y usar temas porque aportan algo a la trama. Los musicales deben contar con temas aptos para todo tipo de público, que encajen lo más posible con la historia, revelen algo de ella, y no sean vistos como interrupciones arbitrarias.
Historias verosímiles
Es muy poco común ver que alguien detenga su auto para cantar sobre un puente, o que exprese todos sus sentimientos mediante canciones, pero los musicales deben guardar congruencia. No se trata de que se inspiren en temas de la vida real, sino de contar relatos cuyas reglas estén bien ejecutadas. Es imposible ver a un mago chocolatero como Willy Wonka en la vida real, pero su película funciona porque el contexto es coherente con lo que se está contando. Si la trama permite ahondar en situaciones o emociones humanas muy cercanas a la realidad, los musicales funcionan aún mejor.
El diseño de producción
Si algo hacia que el cine musical destacara del resto de propuestas, era su increíble realización. Las coreografías y los cantos se acompañaban de escenarios cuidados minuciosamente, con una estética particular y decorados que llamaban la atención. Todos los personajes vestían de forma espectacular, con colores vibrantes y prendas que los dotaban de un gran porte. Un musical no necesita precisamente de gran presupuesto, pero sí de buen gusto para evocar aún más emociones.
Coreografías alucinantes
Más allá de cantar, los personajes de un musical deben acompañar, con su cuerpo, las emociones que se expresan a través de melodías. Los bailes deben coincidir con el género musical que el público escucha y dar sentido a lo que sucede en ese punto de la trama. No importa si se trabaja con un actor (como en la secuencia del «Alter ego»), o si hay decenas de bailarinas en escena, el impacto al público debe ser el mismo. Para acompañar los complejos pasos de baile, nada como una estupenda fotografía, planos y movimientos de cámara que doten de espectacularidad a cada segundo.
Musicales imperdibles
Si quieres adentrarte en la evolución del género, o revivir los momentos que lo marcaron, éstas son algunas películas que no te puedes perder:
- El cantante de jazz (Dir. Alan Crosland, 1927)
- Sombrero de copa (Dir. Mark Sandrich, 1935)
- El mago de Oz (Dir. Victor Fleming, 1939)
- Un día en Nueva York (Dirs. Gene Kelly y Stanley Donen, 1949)
- Cantando bajo la lluvia (Dirs. Gene Kelly y Stanley Donen, 1952)
- Amor sin barreras (Dir. Robert Wise, 1961) (Dir. Steven Spielberg, 2021)
- Mary Poppins (Dir. Robert Stevenson, 1964)
- La novicia rebelde (Dir. Robert Wise, 1965)
- Cabaret (Dir. Bob Fosse, 1972)
- Amor en rojo (Dir. Baz Luhrmann, 2001)
- Chicago (Dir. Rob Marshall, 2002)
- Soñadoras (Dir. Bill Condon, 2006)
- Los miserables (Dir. Tom Hooper, 2012)
- La La Land (Dir. Damien Chazelle, 2016)
- En el barrio (Dir. Jon M. Chu, 2021)
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