Moana 2 – Crítica de la película
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A propósito de la película Moana 2, cabe destacar que, hasta hace relativamente poco, Walt Disney Animation Studios casi no había realizado secuelas pensadas para grandes estrenos en salas de cine. Estaban, claro, todas aquellas lanzadas directo en video (producidas por una casa de animación distinta). Todas, en su mayoría, inferiores tanto en magnitud como en detalles de animación y en ambición narrativa. Visto de otro modo: el evento principal siempre fueron las entregas originales. Aquellas que brillaban por ser precisamente eso, producciones de animación novedosas y únicas. Al menos, dentro de los calculadísimos márgenes creativos del estudio.
Al interior de la Casa de Mickey esa mentalidad ha cambiado en pos de las apuestas seguras a la luz de los fracasos en taquilla de Un mundo extraño y Wish. Con todo lo anterior en mente, mantengamos en cuenta que esta secuela fue concebida como una serie. El resultado no es ni remotamente tan malo como el antecedente podría sugerir. Pero es inevitable notar tanto las costuras como la aversión del reciclado CEO, Bob Iger, y su amo ratón hacia el riesgo.
Algo que vale destacar es que Moana 2 por lo menos logra dar una continuidad lógica al planteamiento y temas de su predecesora. La historia se sitúa tres años después de la primera, luego de que Moana (voz en inglés de Auliʻi Cravalho) salvara a su hogar de la catástrofe. Ahora, con el rol de navegante exploradora, va en busca de los otros pueblos del océano para reconectar a su gente con ellos.
A través de una visión divina, sus ancestros la orientan en dirección de un cometa que la guía hacia una isla que deberá restaurar para romper la maldición impuesta por un dios. Y así evitar la extinción de los pueblos de Oceanía. Moana debe reunir una tripulación y dejar atrás a su pequeña hermana y a una sociedad que la admira y respeta, para salvarlos a todos una vez más.
En la película Moana 2, pues, nos encontramos con una protagonista que ha madurado. Su mente curiosa y rebeldía adolescente dan paso a un sentido de responsabilidad, legado y honor para asegurar la subsistencia de los pueblos del océano. El guion, firmado por Jared Bush (Encanto) y la codirectora Dana Ledoux Miller, incluso sugiere temas un poco más profundos. Tales como los peligros de la ignorancia y el aislacionismo para la subsistencia de las sociedades, una extensión y contrapunto para la historia de la primera entrega. El mensaje aquí es que la unidad y el intercambio de conocimiento son el único camino no sólo para sobrevivir, sino para progresar y prosperar. Algo que, tomado por sí solo, es valioso para nuestros tiempos de oscurantismo digital.
Sin embargo, mucho de lo anterior queda sumergido, en segundo plano, bajo una marea narrativa. Aunque, en su estructura básica, la trama es casi la misma. Moana debe dejar su hogar en el punto “A” para realizar un peligroso recorrido hasta un punto “B”. Ahora, en claro síntoma de secuelitis, hay más de todo. Su canoa es más grande, y a bordo viajan más personajes, que compiten por el mismo tiempo en pantalla, con decrecientes dividendos.
También viajan con ellos más animales. El gallo Heihei es objeto de los gags visuales que proveen familiaridad, mientras que el cerdo Pua cumple con la acostumbrada función de la mascota que actúa como perro, pero no lo es (un recurso de Disney tan gastado que ya casi ni vale la pena señalar). Y a propósito de dicha familiaridad, también hay que decir que el segundo viaje de Moana no brinda tantas sorpresas. Pero donde peca de reciclar personajes o recursos (como los divertidos Kakamora), al menos consigue dar un giro distinto para enriquecer un poquito más su mundo.
La animación, sobra decirlo, es espectacular al grado de que cuesta creer que la producción fuera concebida para la pantalla chica. Es rica en colores, texturas y dimensiones. Un bienvenido regreso a la dirección de arte que Disney ha mantenido por buena parte de los últimos 15 años. Muy lejos de lo que sea que hayan querido lograr con Wish.
Llegados a este punto, quizá se habrá notado la nula mención de Maui (voz en inglés de Dwayne Johnson). La realidad es que el semidiós –y otro personaje nuevo, introducido junto con él– son casi superfluos para la trama. Moana como personaje, y su viaje en esta secuela, tienen sentido por sí mismos, sin intervención divina. El otrora deuteragonista de la historia cae en importancia, al grado de que parece ser insertado en la trama en el nombre de la familiaridad requerida para una franquicia de Disney.
O, quizá, son rastros de la concepción de Moana 2 como una narración episódica, de largo formato. Ante un metraje más reducido, personajes y objetivos son condenados a la superficialidad, sin un desarrollo sólido o justificación creíble. Sin embargo, y a pesar de la abundancia de humor y carisma con la que Johnson y los animadores son capaces de dotar al personaje, Maui se convierte en el peor exponente (de esta película, al menos) de la actual y desafortunada aversión al riesgo creativo al interior Disney.
En afán de mantener los detalles de la trama al mínimo, digamos que la trayectoria de Maui demuestra que en estos relatos no hay nada en riesgo ni consecuencias. Además de ser el peor deus ex machina en el catálogo del estudio en al menos un lustro. Personajes han de entrar o de salir del guion en nombre de los cabos sueltos que garanticen la inevitable Moana 3. Curioso resulta el argumento de aventurarse hacia los mares de lo desconocido en nombre del crecimiento, viniendo de una compañía que prefiere mantener los pies bien plantados en su isla.
En fin. A seguir navegando estas aguas, ya no tan azules ni tan prístinas.
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