Toy Story: La película que revolucionó la animación digital

Toy Story: La película que revolucionó la animación digital

Los Ángeles. “En este edificio se ha guardado un secreto durante más de cuatro años. Hoy podemos hablar de él…” Así se refiere Andrew Stanton, habitante del edificio de Pixar, en el norte de California, al inminente estreno de Toy Story 1, “una película más que real. Un largometraje para volver verdad la vieja sospecha que todos tuvimos cuando niños: que nuestros juguetes cobran vida justo cuando cerramos la puerta detrás de nosotros”.

La película es producto de la colaboración entre la división de animación de Walt Disney y Pixar, compañía que se incorporó a Disney en 1986 y fue pionera al crear el primer estudio de animación digital.

Ambas compañías han trabajado juntas en el pasado —en La bella y la bestia, por ejemplo—, y compartido un Premio Especial de la Academia, en 1992, por la invención de CAPS, un proceso de postproducción en animación computarizada.

Esta vez, Pixar realiza su primer largometraje. En la pantalla, colores sorprendentes, acción sin límites y un grupo de juguetes cuyos contornos adquieren nuevas texturas con la tercera dimensión, son algunos de los ingredientes con los que se cuentan las aventuras de Woody (un vaquero parlante) y Buzz Lightyear (una figura de acción que representa a un héroe del espacio).

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Desde el planeta Pixar: Una historia de juguetes

La aventura narra, primero, el enfrentamiento del juguete viejo, el preferido de Andy, y el nuevo que llega a casa en un día de cumpleaños. Al verse en problemas —representados por la figura de Sid, un niño que se divierte torturando juguetes—, ambos personajes deciden unir fuerzas y sacan lo mejor de sí mismos.

De alguna manera, Toy Story es el producto de la convergencia entre Silicon Valley y Hollywood. No en balde hay quien ya ha acuñado la palabra Siliwood para referirse al producto que Pixar tiene en sus manos: el primer largometraje de animación totalmente computarizado.

La película, primera de tres que Disney tiene contratadas con Pixar, constituye el único caso, hasta ahora, en que la industria fílmica voltea los ojos hacia Silicon Valley para algo más que una secuencia de efectos especiales o poner en la pantalla a los increíblemente reales dinosaurios de Parque jurásico (producto del trabajo de los pixarianos cuando eran una división de Lucasfilm Ltd., donde desarrollaron RederMan, un programa de cómputo capaz de aplicar texturas y colores a superficies de tercera dimensión).

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Pero la animación de Toy Story constituye, más que un sustituto del trabajo de animación tradicional, “un camino de expresión artística diferente, que exigió la participación de alrededor de una centena de animadores, en lugar de los 400 que puede llegar a ocupar un largometraje de animación al estilo de Pocahontas.

En opinión de Ralph Guggenheim, vicepresidente de Producción de Largometrajes, esto es lo que hace diferente a la animación de Pixar:

“Los personajes, los accesorios y los sets no son dibujos, sino modelos matemáticos que se derivan de esculturas digitalizadas en computadora. En la pantalla, ocupan un espacio, generan sombras y se les puede manipular como si fueran reales”.

Se trata entonces de un nuevo arte digital, una especie de obra de teatro electrónico de marionetas que despierta emociones diferentes. Para sus mismos realizadores, como señalan Bill Reeves y Tom Porter, directores técnicos, la sorpresa es ver “las posibilidades de un modelo sin movimiento que, al ser alimentado a la computadora, se transforma en un protagonista con vida y personalidad al que, de alguna manera, la computadora otorga alma”.

Toy Story 1: Al infinito y más allá

John Lasseter —autor y director de Toy Story— describe a continuación el perfil de animador que se encuentra detrás de las aventuras de Woody (cuya voz en la versión original fue Tom Hanks) y Buzz (Tim Allen).

“La computadora es sólo nuestra herramienta”, aclara Lasseter, también vicepresidente de Desarrollo Creativo de Pixar, quien acumuló experiencia como animador en Disney y tiene en su currículum un Óscar por el cortometraje Tin Toys (que prefiguraba ya Toy Story). “Nuestros animadores —la mayoría sin experiencia anterior en el uso de computadoras— fueron elegidos, más que por sus habilidades técnicas, por las actorales y mímicas, por su expresión en el dibujo y por su capacidad para contar historias. Y es que, ante todo, somos contadores de historias que, en esta ocasión, usamos computadoras”.

De hecho, los pixarianos se la pasaron peleando contra la vocación por lo perfecto que se caracteriza a la computadora. “Cada escena es creada bajo un código de limpieza que nosotros, nos hemos empeñado en ensuciar”, afirma Lasseter.

El diseño de este mundo tridimensional “imperfecto” ha cobrado vida poco a poco “deparándonos continuamente sorpresas inesperadas que nos permiten pensar que, en el futuro, podremos hacer cualquier cosa”.

Pero, vuelven a insistir los pixarianos, Toy Story no sustituye a la animación al estilo de La bella y la bestia (1991) o Aladdín (1992); representa, más bien, un camino de expresión estética diferente, una nueva oportunidad para contar historias. Esta forma de expresión, piensa Pete Docter, supervisor de animación, convivirá con otras porque, a final de cuentas, es sólo una técnica, una forma de presentación.

“Lo que importa, como siempre, es tener en las manos una buena historia y personajes bien construidos para asegurar el éxito del proyecto”, dice Docter.

Sin embargo, hay quien asegura que los secretos guardados hasta hoy por Pixar se convertirán, con Toy Story, en el avance más espectacular que viva el terreno de la animación desde que Walt Disney lanzara Blanca Nieves y los siete enanos (1937), hace más de medio siglo.

Por ahora, lo que podemos adelantar es que Toy Story es un estallido de color y volumen conformado por mil 500 tomas diferentes y 110 mil cuadros individuales (cada uno de los cuales exigió entre dos y cinco horas de tiempo de computadora) que harán sentir a los espectadores una “realidad” sorprendente.

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Juguetes millonarios

Toy Story costó alrededor de $30 millones de dólares. Y apenas en la primera semana de su estreno en Estados Unidos había recaudado mucho más que esa cantidad en las taquillas de cine. De hecho, finalizó su corrida comercial original con ingresos por $244,6 millones de dólares en todo el mundo.

La fortuna se derramó entonces sobre Pixar. Si la industria juguetera ya contemplaba el lanzamiento de Woody y de Buzz Lightyear, en enormes y atractivas cajas, la compañía Hasbro se aprestó rápidamente a introducir en el mercado una versión especial del Sr. Cara de Papa.

Al darse cuenta del éxito del enorme cuarto de juguetes de Andy, algunos enviaron sus condolencias a los fabricantes de G.I. Joe y de Barbie, que no permitieron que ninguno de los dos tuviera una parte en Toy Story 1.

Por su parte, John Lasseter cree vivir en un sueño. Una vez devotamente dedicado a trabajar con objetos inanimados —lámparas, monociclos y, finalmente, juguetes— y la producción de películas sin diálogo, hoy se ha convertido en la estrella de la tercera dimensión digitalizada.

Pixar, la empresa en la que se gestó Toy Story 1, por su parte, ya cotiza en el Mercado de Valores. Esto, de cara al futuro que prometen las nuevas producciones de la compañía californiana, coloca a algunos de los pixarianos del lado de los nuevos ricos de Silicon Valley.

Una versión de este artículo se publicó por primera vez en Cine PREMIERE #10 de abril de 1996.

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