Cine clásico de Hollywood: Historia, características y figuras notables

Cine clásico de Hollywood: Historia, características y figuras notables

En EE.UU., al igual que en otros países, los años inmediatamente posteriores al nacimiento del cine fueron cruciales para comenzar a explorar las infinitas posibilidades de expresión a partir del celuloide. Por otro lado, no cabía ninguna duda de que las imágenes en movimiento suponían una tremenda atracción para las masas y de ahí que mentes avispadas quisieran llevar su potencial de negocio hasta las últimas consecuencias. Del deseo de innovación fílmica y de que las películas fueran una inversión redituable, surgió Hollywood, cuna de grandes clásicos, míticas estrellas y un modo de contar historias que sobrevive hasta nuestros días.

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Ciudadano Kane

Hollywood en la era del cine mudo

¿Qué dio origen a Hollywood?

Hollywood, que de origen refería únicamente a un pequeño suburbio de Los Ángeles, terminó convirtiéndose en la denominación de una industria multimillonaria, glamorosa y percibida como la meca del cine. Pero evidentemente esto no sucedió de la noche a la mañana. Ni siquiera fue en California donde brotaron los primeros retoños del negocio fílmico en EE.UU.

Todo comenzó en la costa este, desde donde el científico y empresario Thomas Alva Edison, radicado en Nueva Jersey, defendió con uñas y dientes las patentes que tenía sobre el kinetoscopio y las cámaras de cine. Evidentemente él no era la única persona en el mundo que para finales del siglo XIX fabricaba máquinas utilizadas para la filmación y exhibición de películas. Los Lumière en Francia incluso le ganaron en presentar un mecanismo que proyectaba material filmado en pantalla grande (el cinematógrafo). Sin embargo, a través de sus patentes, Edison buscó eliminar casas productoras rivales y prácticamente absorber la totalidad del quehacer fílmico en EE.UU. Él sostenía haber inventado el cine, por lo que —a su parecer— sólo Edison Studios y sus asociados podían llevarlo al público estadounidense. 

Esta práctica monopólica (así imputada en 1915 por el gobierno de los EE.UU.) no duró y la industria cinematográfica pudo entonces desarrollarse a partir de compañías autónomas que ya habían empezado a trasladarse a Los Ángeles —algunas, al barrio de Hollywood— en parte para escapar del radar de Edison. Por otro lado, también influía que el territorio californiano era ideal para rodar en exteriores, gracias al buen clima que había todo el año y la diversidad de paisajes. Con la película El conde de Monte Cristo (1908), se cree que el productor William Selig fue el primero que gozó de las bondades de filmar en la costa oeste.

Fábrica de estrellas: el Star-System

Algo que permitió encumbrar a Hollywood fue, sin duda, la noción del estrellato. Ya en Francia se había descubierto que aquéllos que pagaban por ver películas no lo hacían sólo por las historias o las cautivadoras situaciones impresas en celuloide, sino por los rostros que solían aparecer a cuadro en distintas producciones y que así se fueron haciendo de reconocimiento y prestigio. Las y los histriones del emergente séptimo arte dejaron de ser anónimos. En cambio, se convirtieron en ganchos para atraer a más espectadores y generar una mayor cantidad de dinero.

Mary Pickford

En EE.UU., el “fabricar”, promocionar y sacar provecho de celebridades del cine —práctica que eventualmente condujo a la conformación del denominado star system— fue tratado más rigurosamente a partir de la década de 1910. Entre sus principales promotores figuraban los migrantes europeos Adolph Zukor y Carl Laemmle, productores que en diferentes momentos impulsaron la carrera de la actriz canadiense Mary Pickford, una de las primeras grandes estrellas de Hollywood. Cabe agregar que Zukor y Laemmle asimismo fundaron (cada uno por su lado) los dos estudios aún en activo más antiguos de la industria fílmica estadounidense: respectivamente, compañías que hoy en día conocemos bajo el nombre de Paramount Pictures y Universal Pictures.

Desde tiempos del cine mudo, Hollywood devino el escenario de grandes estudios cinematográficos que poco a poco fueron absorbiendo pequeñas casas productoras. Contaban con estrictos esquemas de producción y gozaban de contratos de exclusividad con intérpretes de renombre. Esto a su vez les permitía ejercer el block-booking, un sistema mediante el cual obligaban a exhibidores independientes a alquilar todo un bloque de sus películas sin que éstos supieran nada o casi nada de ellas. Sólo (quizás) que eran estelarizadas por alguna de las estrellas del momento.

Todo está en el montaje

Las luminarias de Hollywood no fueron el único factor para que la industria cinematográfica de EE.UU. aventajara a la de otras latitudes. Tampoco es sólo adjudicable a que la Primera Guerra Mundial paralizara temporalmente la producción de películas en Europa. En realidad, aquello que consagró el cine clásico estadounidense como una mercancía de rentabilidad garantizada, según nos dice el historiador Román Gubern, fue “la eficacia de su estilo narrativo”.

Años antes de la génesis hollywoodense, el cine que cuenta historias ya se había convertido en el más importante a nivel comercial, tanto en EE.UU. como en otros países. Sin embargo, fue en la nación norteamericana donde la técnica cinematográfica —puesta al servicio de la forma narrativa— evolucionó más marcadamente a favor de un montaje dinámico, rico en encuadres y movimientos de cámara, impregnado de una relación de espacio, tiempo y causalidad entre cada uno de sus planos.

D.W. Griffith

A partir de la segunda década del siglo XX, el llamado “montaje continuo” fue volviéndose costumbre en Hollywood. Su finalidad era que la transición de un plano a otro resultara lo más cómoda posible a ojos del espectador. O dicho de otro modo, que esta yuxtaposición de imágenes fuera lo suficientemente coherente para no confundir al público ni distraerlo de la historia relatada.

Por ejemplo, en una escena donde dos personajes conversan frente a frente, puede haber un plano general (con ambos sujetos a cuadro) y dos close-ups (uno por cada personaje). En ese caso, la regla del eje de miradas —un principio del montaje continuo— demandaría que el personaje que mire hacia la derecha en la toma general mantenga esa direccionalidad de mirada en el close-up, y viceversa. Así, al alternar entre un plano y otro, no se genera ninguna contradicción respecto al lugar que ocupa cada personaje.

Cineastas destacados del cine mudo

En materia de directores que condujeron el cine hollywoodense hacia un estilo narrativo insuperable para la época, destaca D.W. Griffith, quien con su controversial película El nacimiento de una nación (1915) marcó un parteaguas en cuanto al aprovechamiento del vasto lenguaje cinematográfico. Muchos de los trucos de filmación y montaje que él empleó para su obra magna ya venían de cineasta europeos, pero el acierto de Griffith fue otorgar a tales recursos —sea el primer plano, los movimientos de cámara o el montaje paralelo— una intencionalidad dramática nunca antes explotada.

La labor de Thomas H. Ince también ha trascendido en los anales de la historia. Él era un productor sumamente estricto con el guion, apodado “el padre del western”. Varios realizadores antes que Ince ya habían aportado un puñado de títulos a este género cien por ciento americano. No obstante, a él se le reconoce el haber hecho del western una epopeya muy vistosa —que saca provecho de los pintorescos paisajes del Oeste— y el haberlo difundido por todo el mundo. En complicidad con el célebre actor William S. Hart, levantó películas como The Bargain (1914) y Hell’s Hinges (1916).

Por esa misma época, otro director y productor que entró al campo de juego fue Cecil B. DeMille, quien con su película La marca de fuego (1915) abrazó la iluminación artificial y generó interesantes efectos de luz —entre sombras y claroscuros— que le valdrían éxito y reconocimiento a nivel internacional.

Y finalmente, también hay que hacer justa mención a Charles Chaplin, comediante respetado desde sus inicios en el cine silente, que llevó a la pantalla cintas como El chico (1921) y La quimera de oro (1925), donde el gag cómico era sólo el aderezo de historias donde el tono satírico se equilibraba con una calidez profundamente humana. 

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El chico

La era dorada de Hollywood

La llegada del sonido

En EE.UU., el deseo de incorporar sonido a las películas existía desde finales del siglo XIX. No obstante, la fusión definitiva tardó todavía varios años en suceder. A partir de 1926, el estudio Warner Bros. Pictures —fundado cuatro años antes y desesperado por sobresalir en una industria muy competitiva— llevó al cine un puñado de títulos en los que la imagen se sincronizaba con música instrumental y efectos de sonido previamente grabados en discos de vinilo. La mayor revelación provino de El cantante de jazz (1927), dirigida por Alan Crosland y donde por primera vez se escuchó hablar y cantar al personaje que aparecía en pantalla. Esta película le valió a Warner un Óscar honorífico en la primerísima entrega de los Premios de la Academia, llevada a cabo en 1929.

En un inicio, la introducción del sonido significó un retroceso en cuanto a la expresión meramente cinematográfica. Para grabar diálogos en el set, en simultaneidad con la filmación, las cámaras debían meterse en cabinas que ayudaban a anular el ruido del aparato, pero que impedían hacer travellings u otro tipo de movimientos. Para colmo, los actores tenían que quedarse fijos en un punto específico para que el micrófono sobre ellos (inamovible) pudiera registrar sus voces.

Por fortuna, el ingenio técnico de algunos eventualmente posibilitó idear mecanismos para sacar provecho del sonido, pero sin sacrificar la movilidad de las cámaras y de los histriones (blindajes ligeros en lugar de cabinas, booms para el micrófono, etc.). Pronto, el cine silente de Hollywood se vio completamente superado por las películas habladas. Se cree que la primera de este tipo que se filmó en exteriores fue En el viejo Arizona (1928), también considerada el primer western sonoro de la historia.

El Sistema de Estudios y la censura

La era dorada de Hollywood —nombre dado al periodo que comprende de finales de la década de 1920 a mediados de los años cincuenta— estuvo marcada no sólo por el acelerado desarrollo del cine sonoro, sino también por el “sistema de estudios”. Éste consistía en el dominio que tenían los grandes estudios sobre las tres ramas fundamentales del quehacer cinematográfico: la producción, la distribución y la exhibición. Dicho de otro modo, marcas como Paramount, MGM, Warner, Fox y RKO (las cinco primeras majors de Hollywood) acaparaban el mercado, al grado de controlar las salas de cine donde sus películas eran proyectadas.

En el viejo Arizona

Por otro lado, esta etapa no siempre significó que cada señorío hollywoodense tuviera la libertad de hacer lo que quisiera. En 1934, entró en vigor el Código Hays, el cual buscaba censurar aquellas producciones que mostraran desnudos, lenguaje profano o relaciones amorosas interraciales, entre muchos otros elementos que desde entonces escandalizaban a los sectores más conservadores de la sociedad.

Más tarde, con la entrada de EE.UU. a la Segunda Guerra Mundial, prestigiosos integrantes de Hollywood recibieron la encomienda gubernamental de generar material propagandístico en torno a la causa bélica; entre ellos, cineastas de la talla de Frank Capra y John Ford. Luego, un golpe rotundo para la industria fue la cacería de brujas impulsada por el senador Joseph McCarthy (“macartismo”) que colocó en una lista negra a Chaplin y a tantos otros talentos acusados de afiliaciones comunistas.

En 1948, dio inicio el revés legal definitivo para el sistema de estudios, al debatirse en tribunales su naturaleza cuasi monopólica. Años después, se falló en contra de las majors y desde ese momento se desvinculó el negocio de la producción del de la exhibición… No más control de los estudios sobre las salas de cine.

Películas y directores notables de la era dorada de Hollywood

Resulta complicado enlistar películas pertenecientes a una época llena de una diversidad de géneros, temáticas e incluso formatos. Poco después de abrazar el sonido, Hollywood albergó una revolución cromática encabezada por el proceso de coloración Technicolor, que desde los años treinta permitió la confección de cintas inolvidables como Lo que el viento se llevó (1939) y El mago de Oz (1939), ambas dirigidas por Victor Fleming, sin olvidar la animación Blancanieves y los siete enanos (1937), producida por Walt Disney.

Al margen de ello, no escasearon directores visionarios y cien por ciento comprometidos con el cine en blanco y negro. Éste fue el caso de Orson Welles y Michael Curtiz, quienes respectivamente hicieron de Ciudadano Kane (1941) y Casablanca (1942) obras maestras que hoy por hoy seguimos referenciando. De esta familia monocromática, tampoco podemos olvidar El halcón maltes (1941) de John Huston, considerado el primer gran exponente de film noir.

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El mago de Oz

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El cine clásico de Hollywood trajo también títulos significativos para el cine de terror y el cine de monstruos. Por mencionar algunos, destacan King Kong (1933), con el sello de RKO Radio Pictures, y Freaks (1932), cobijada por MGM. Mientras tanto, desde la trinchera de Universal Pictures, se dio banderazo a la célebre serie fílmica de “monstruos clásicos” de esta compañía, empezando por los icónicos largometrajes Drácula (1931) y Frankenstein (1931).

En esta era, hubo además un John Ford que viró hacia el western moderno con La diligencia (1939); un Alfred Hitchcock que alimentó el thriller con películas como Rebecca (1940); un Grouch Marx que refrescó la comedia por medio de Duck Soup (1933) y otros títulos hilarantes; un Frank Capra que retrató como ningún otro los valores estadounidenses de la época, como en Qué bello es vivir (1946); o un Billy Wilder, que saltaba con maestría entre géneros para dejarnos joyas como El ocaso de una vida (1950), Una Eva y dos Adanes (1959) o El apartamento (1960).

En fin, cuántas historias, personalidades e imágenes memorables no nos ha regalado Hollywood en sus más de 100 años de existencia. Y las que faltan…

autor Tengo muy mala memoria. Por solidaridad con mis recuerdos, opto por perderme también. De preferencia, en una sala de cine.

Contenido original de Cine PREMIERE

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