Cine mexicano LGBTIQ+: Hacia un camino de libertad

Cine mexicano LGBTIQ+: Hacia un camino de libertad

Visibilidad, aceptación, solidaridad y respeto por la vida de los demás. Aquí un breve repaso por algunas de las películas y momentos que han marcado la historia del cine mexicano LGBTIQ+ y que han construido el camino hacia representaciones más justas, humanas y complejas.

En la noche del Ariel 2014 la lluvia arreciaba. El Palacio de Bellas Artes era azotado por una tormenta feroz que solo era mitigada a veces por los aplausos al interior. Ahí, donde la crema y nata del cine mexicano celebraba con entusiasmo a las mejores películas del año, el cineasta y productor Roberto Fiesco se coronó con el premio a Mejor documental por Quebranto. “Hoy todo el día estuve pensando que hace más de 10 años, cuando Julián Hernández y yo queríamos producir nuestra primera película Mil nubes de paz, un alto funcionario del IMCINE dijo: ‘El Estado no tiene por qué apoyar películas de maricones’”.

Tras esas palabras, hasta el ruido de la lluvia pareció quedarse en silencio. Sin embargo, Fiesco, acompañado por Coral Bonelli –la protagonista de su cinta–, continuó con orgullo: “Desde entonces, esa frase ha resonado en mi cabeza y un día me llevó a buscar a Coral y a doña Lilia para contar una historia de vida; una que me parecía fundamental e importante contar, porque hablaba de las relaciones maternofiliales –que se parecían mucho a las mías–, de la diversidad sexual y de cómo alguien puede asumir una nueva identidad y dejar todo atrás para comenzar otra vez; desde cero, contra todo, y contra todos”.

“El cine mexicano, salvo algunas bellas excepciones, ha sido desde sus orígenes, y con un irritante recrudecimiento en los últimos años, un cine de moraleja, y lo que es peor, un cine de moraleja condenatoria”, escribió el célebre Salvador Elizondo en el texto Moral sexual y moraleja en el cine mexicano. Aquel artículo –que inauguró la historia de la breve pero icónica revista Nuevo Cine– señalaba a la industria fílmica de nuestro país como “un cine que desconoce, cuando moraliza, el sentido esencial de la moral, que no es, ciertamente, el de condenar determinados actos humanos, sino el de justificar los actos humanos que la hipocresía se empeña en condenar”.

En este país de moral y buenas costumbres, la representación a complejidad de las disidencias no tiene muchos años de historia. Sin embargo, las imágenes de la comunidad LGBTIQ+ se han escrito, no sin dificultad, gracias a momentos que, con valentía, iniciaron un camino de libertad que aún hoy se sigue labrando.

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Coral Bonelli y Roberto Fiesco en Quebranto (2013)

Momentos de disidencia 

“Oiga, don Pedrito, quiero preguntarle una cosa”, le dice Librada (Emma Roldán) a Pedro (Manuel Tamés) en la cinta La casa del ogro, de Fernando de Fuentes, en 1938. “¿Esos bigototes se los deja usted para despistar?”, remata la mujer entre risas. Mirándola de arriba a abajo, mientras alza la cabeza, el hombre truena la boca e, indignado, sale de escena.

Si bien aquella cinta fue opacada por los grandes títulos de su realizador –como su Trilogía Revolucionaria o Allá en el Rancho Grande, el filme que detonó la Época de Oro del cine nacional–, La casa del ogro capturó en celuloide al primer personaje gay del cine mexicano del que se tenga registro. La presencia de Pedro –o “Doña Petrita, como se le llegó a llamar–, sin embargo, fue como la de otros en aquel periodo de esplendor: amanerado, con roles secundarios, satirizados y hasta escarnecidos. Nunca al frente de una historia; lejos de las normalidades dictadas por la sociedad.

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Manuel Tamés en La casa del ogro (1938)

Aunque transgresor, aquel personaje de Manuel Tamés tuvo que quedarse a solas por un largo tiempo en la historia del cine mexicano LGBTIQ+. Fue hasta 1950 cuando el director Alfredo B. Crevenna filmó Muchachas de uniforme, una cinta que mostró una fuerte atracción entre Lucila y Manuela, interpretadas por Marga López e Irasema Dilián. Aunado a eso, y su discurso contra una educación autoritaria y basada en la moral, le valió una censura inmediata que la mantuvo un par de semanas en cartelera. «Esta película mexicana se reducía a contar un caso de lesbianismo inconsciente y lamentable», escribió en 1972 el historiador Emilio García Riera en Historia documental del cine mexicano. «Al final, Marga López se hacía monja para pagar de alguna manera el atrevimiento que supone tocar en un melodrama el tema del amor por vías inusuales y, en el fondo, la muerte de la joven lesbiana dejaba muy tranquilo a todo el mundo, porque nadie habría sabido qué hacer con esa pobre chica».

Una década y media después, Tres mujeres en la hoguera (1976) abordó nuevamente el lesbianismo en el cine mexicano. Protagonizada por Maricruz Olivier y Pilar Pellicer, la cinta de Abel Salazar se une a una muy breve lista de largometrajes LGBTIQ+ que han retratado el amor entre dos mujeres en la pantalla grande.

«Como mujeres, hemos sido retratadas por los ojos de fuera», nos dice la actriz y cineasta Ángeles Cruz quien, en 2014, filmó el cortometraje La carta, el cual presenta una relación entre dos mujeres indígenas y sus consecuencias. «No todas, pero hay muchas historias con una gran cantidad de misoginia. Y creo que podemos hacer un cine inteligente; no peyorativo ni machista. Y, en esta industria, nos falta diversidad; en todos los sentidos».

Para la ganadora de dos premios Ariel, una de las razones que excluyen al lesbianismo en el cine mexicano es «cómo nos comportamos como sociedad. El cine nos da un espacio para existir, para nombrarnos y mostrar cosas que, a veces, están acotadas por lo que es socialmente aceptado. A veces, nos dicen que historias como La carta no son interesantes o a nadie le va a interesar; o nosotros mismos somos quienes nos ponemos el freno de mano. Como creadoras y creadores, hay cosas de las que nos gusta hablar y de las que no, también. Para mí, el cine se ha convertido en un lugar donde me gusta preguntar sobre lo que no tengo respuesta y poner en la mesa lo que sucede en mi comunidad, lo que somos y lo que soy como mujer. Hablar de dos mujeres lesbianas, en una comunidad indígena, rodeadas de tabúes y machismos tremendamente aceptados, creo que es bueno preguntarlo».

En Nudo mixteco (2020), su ópera prima, Ángeles Cruz retoma el amor entre dos mujeres y lo hila con una serie de historias que se entretejen en un momento clave para su comunidad. «Pienso que el cine nos da un espacio para existir, para nombrarnos y mostrar cosas que, a veces, están acotadas por lo que es socialmente aceptado», nos dice la cineasta. «A veces nos dicen que esas historias no son interesantes o a nadie le va a llamar la atención. Y luego somos nosotros mismos quienes nos ponemos el freno de mano. Para mí, el cine se ha convertido en algo donde me gusta preguntar sobre lo que no tengo respuesta y poner en la mesa lo que sucede en mi comunidad, de lo que somos y lo que soy como mujer. Hablar de dos mujeres lesbianas indígenas, en una comunidad indígena, rodeadas de tabús y machismos tremendamente aceptados, creo que es bueno hacerlo».

Myriam Bravo y Sonia Couoh en La carta (2014).

Aunque aún pocos, los valiosos esfuerzos que han tratado de cambiar las narrativas fueron fuertemente impulsados con la llegada de un personaje que, sin titubeos, arribó al cine para romper con el puritanismo de nuestra industria. Portando un vistoso vestido rojo, bailando flamenco y sonriéndole a la vida, La Manuela se abrió paso en la cartelera y en la historia del cine nacional. Con El lugar sin límites (1977), de Arturo Ripstein, Roberto Cobo logró lo inimaginable: dar vida a un personaje igual de potente que su despiadado Jaibo, de Los olvidados (Dir. Luis Buñuel). Aquí, un apasionado encuentro entre Pancho (Gonzalo Vega) y La Manuela inmortalizó a la cinta como la primera en mostrar a dos hombres besándose y como el filme LGBTIQ+ por excelencia del cine mexicano.

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Gonzalo Vega y Roberto Cobo en El lugar sin límites (1977)

El logro, no sencillo ni exento de polémica, se materializó con varios Arieles: uno a Mejor película y un par más a los actores mencionados, entre otros, así como en un premio especial en San Sebastián. Para Gonzalo Vega, su presencia aquí marcó lo que vendría más adelante en su filmografía. Casi a la par de la cinta de Ripstein, el actor filmó en 1977 Las apariencias engañan, bajo la dirección de Jaime Humberto Hermosillo. El cineasta que se atrevió a coquetear con la homosexualidad en la pantalla –en cintas como El cumpleaños del perro (1974) y Matinée (1976)– ahora tenía entre manos una historia tan impactante que fue víctima de la censura. “Al desnudo, la Isela Vega que nadie conoce”, decía el póster oficial de aquella cinta; posiblemente el papel más arriesgado de la actriz y el filme más transgresor de Hermosillo, que se mantuvo cinco años enlatado. En ella, Vega da vida a un hermafrodita que se enamora de un hombre llamado Rogelio (Vega) y se convierte en el primer  –y único personaje trans a la fecha– en protagonizar una cinta de ficción en el cine mexicano LGBTIQ+.

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Después de esta cinta, era natural que nuestra industria volteara la mirada hacia el lugar donde se han gestado sus historias más apasionantes: la familia. Ahí, el cine mexicano LGBTIQ+ vio nacer obras como El hombre de la mandolina (1982) o Doña Herlinda y su hijo (1984), las cuales comenzaron a mostrar a la homosexualidad al interior de los hogares mexicanos.

La primera se trata de un filme realizado por Gonzalo Martínez Ortega, que nos lleva a la ciudad de Querétaro en los años 50, donde una familia tradicional descubre que su hijo (Omar Moreno) es homosexual. La noticia fractura para siempre la relación entre aquella familia y lleva a la madre –interpretada por Rosita Quintana– al borde de la locura.

Jaime Humberto Hermosillo
Jaime Humberto Hermosillo

La segunda opta por un camino completamente diferente. Ambientada en la Guadalajara conservadora de los años 80, Doña Herlinda y su hijo nos presenta a una madre abnegada (Guadalupe del Toro; madre de Guillermo del Toro) quien intenta ignorar la relación entre su hijo Rodolfo (Marco Treviño) y Ramón (Arturo Meza), su mejor amigo. La cinta más famosa de Hermosillo –el cineasta más importante del cine mexicano LGBTIQ+– muestra cómo la madre obliga a su hijo a casarse con una mujer, al tiempo que facilita que su hogar se convierta en el oasis donde sigue existiendo el gran amor entre estos dos hombres.

Jorge Fons, el hombre que sacudió a la audiencia con Rojo amanecer (1989), filmó en 1994 la galardonada El callejón de los milagros. Una de las películas más premiadas en la historia del Ariel –recibió once estatuillas en 1995– llevó a la pantalla a Don Rutilio (Ernesto Gómez Cruz), un hombre que oculta su homosexualidad detrás del machismo típico de este país y que escapa de su matrimonio –de 30 años de historia– a través de encuentros clandestinos con Jimmy (Esteban Soberanes), su joven amante.

Marco Treviño y Arturo Meza en Doña Herlinda y su hijo (1984)

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Películas que abrieron camino

“El Estado no tiene por qué apoyar películas de maricones”, le dijo el cineasta Alfredo Joskowicz a Roberto Fiesco, quien se encontraba buscando apoyo para la posproducción de Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor. A pesar de la reticencia del entonces director del IMCINE, la ópera prima de Julián Hernández recibió cuatro nominaciones al Ariel –incluidas Mejor película y dirección–, y triunfó en distintos festivales de México y el mundo. Uno de ellos fue la Berlinale, donde la cinta se llevó el prestigioso Oso Teddy en 2003, dedicado a celebrar las mejores obras con temática LGBTIQ+, el cual Julián obtuvo de nuevo en 2009 gracias a la cinta Rabioso sol, rabioso cielo.

“En mi paso por el CUEC sentimos que el cine no nos representaba”, dijo Julián Hernández recientemente en la charla Contar historias de diversidad, organizada por la Academia Mexicana de Cine (AMACC), la Cátedra Bergman y la Filmoteca de la UNAM. «Lo que estábamos viendo en las películas de aquel entonces era un cine donde la sexualidad era algo que se evitaba a toda costa», complementa Roberto Fiesco, al charlar sobre la dupla que ha formado con Julián desde hace 20 años. «Especialmente la de los jóvenes».

Julián Hernández y Roberto Fiesco en 2009, con el premio Teddy a Rabioso sol, Rabioso cielo.

El cortometraje Actos impuros (1994) marcó la primera colaboración entre Roberto y Julián –el primero dirigiendo, el segundo produciendo y ambos escribiendo el guion–. Hubo un tiempo en que los sueños dieron paso a largas noches de insomnio (1998) –tesis de Julián para el CUEC– afianzó el camino para la realización de Mil nubes y dictó la dirección que ambos cineastas tomarían –en conjunto– a partir de ahí.

«En ese entonces había una gran ausencia de retratos fidedignos en torno a la sexualidad; particularmente en torno a la diversidad sexual en el cine mexicano», afirma Fiesco. «Y nosotros queríamos encontrar lugares en donde reflejarnos. Al no existir, decidimos crearlos«.

Aunque Mil nubes de paz tardó cinco años en realizarse, su llegada a los cines de nuestro país –y el reconocimiento internacional– abrieron un camino que transformaría la realidad de las siguientes generaciones. «Nosotros confiábamos muchísimo en este proyecto», recuerda Fiesco. «Mil nubes de paz trata sobre un chico gay en la periferia de la Ciudad de México. Que vive cerca de las barrancas, en el Olivar del Conde o en el Metro Oceanía. Su personalidad atípica –muy criticada en México pero muy celebrada en el extranjero– nos ayudó también a mostrar una representación no culposa del personaje. Nuestro protagonista no sufre por su orientación sexual; no tiene un conflicto con eso –cosa que sí ocurre en El hombre de la mandolina, en Doña Herlinda y su hijo y de alguna manera en El lugar sin límites–. Él sufre por amor. Y entonces, al hacer retratos no culposos –que fue lo mismo que hicimos en El cielo dividido (2006)– lo que tratábamos de hacer en la pantalla era que nuestros personajes no vivieran su sexualidad con culpabilidad».

Mil nubes de paz cercan el cielo cine mexicano lgbtiq+
Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor (2003)

Hoy, a dos décadas de Mil nubes de paz, Julián Hernández posee una prolífica filmografía de más de 30 títulos –entre cortos y largometrajes– con los que ha labrado el camino para otro tipo de representaciones. Roberto Fiesco, por su parte, ha dividido su vida entre la dirección y la producción de historias, como la galardonada Quebranto (2013) y el corto ganador del Ariel Trémulo (2015), así como la serie El juego de las llaves, entre otras. Su cortometraje David (2005) se convirtió en la primera historia corta de temática LGBTIQ+ del cine mexicano en ser producida por el IMCINE; todavía bajo la administración de Joskowicz. «Afortunadamente, él no tenía nada que ver con esas decisiones», cuenta Roberto. «El corto se realizó gracias a Patricia Coronado, entonces directora de producción del Instituto, y por un jurado conformado por Marina Stavenhagen, Guillermo Arriaga, Beatriz Novaro y Felipe Cazals».

El trabajo de Julián y de Roberto, asimismo, le abrieron la puerta no solo a las historias LGBTIQ+ en el cine mexicano sino a las y los cineastas que eventualmente surgirían en el camino. “Para mi generación”, dijo la realizadora Astrid Rondero (Los días más oscuros de nosotras) en la mencionada charla de la AMACC y la UNAM, “partíamos ya de referentes cercanos y exitosos; rabiosos. [Julián] No fue nuestro maestro en el CUEC, pero creo que cambió nuestro contexto”.

Trémulo Roberto Fiesco cine mexicano lgbtiq+
Benny Emmanuel y Áxel Arenas en Trémulo (2015)

Del beso entre Diego Luna y Gael García Bernal en Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2000) al amor oculto entre Hoze Meléndez y Juan Pablo de Santiago en Sueño en otro idioma (Ernesto Contreras, 2017); de la relación tormentosa entre Andrea Portal y Naian González Norvind en Todo el mundo tiene a alguien menos yo (Raúl Fuentes, 2011); el despertar sexual de Ángel Onésimo Nevárez en Quemar las naves (Francisco Franco, 2006), al peligro que rodea a José Pescina en Carmín tropical (Rigoberto Perezcano, 2012); del amor electrizante entre Diego Calva y Eduardo Martínez en Te prometo anarquía (Julio Hernández Cordón, 2015) al lazo inquebrantable entre Víctor y Fernando en Etiqueta no rigurosa (Cristina Herrera Bórquez, 2016); de la atracción inevitable entre Pablo Mezz y Carlos Hendrick en Velociraptor (Chucho E. Quintero, 2014), a la aceptación de uno mismo en las historias que conforman Cuatro lunas (Sergio Tovar Velarde, 2014).

En los últimos 20 años, el cine mexicano LGBTIQ+ ha brillado en la pantalla con una intensidad cada vez mayor. Su representación progresiva se ha materializado en historias que han normalizado y complejizado las experiencias. Su evolución de miradas, asimismo, corresponde a una mayor presencia de realizadoras y realizadores de la comunidad. “Son tiempos en donde es importante que las comunidades mismas cuenten las historias”, dice Astrid Rondero en la mencionada charla. “Eso hace que la diversidad sea más nutrida, más amplia, que incluya a más gente, que no siempre sea desde la perspectiva de lo heteropatriarcal”, explica la cineasta, quien ha hecho una mancuerna inquebrantable con la también directora y productora Fernanda Valadez (Sin señas particulares).

“Necesitamos como población contar nuestras historias”, afirma Alejandro Zuno, responsable de los cortometrajes Oasis y Cuarto de hotel. “Pero lo que ocurre siempre es que lo presente es la [letra] G y la L –más o menos–. Pero las otras letras [de la comunidad] –lo intersexual, lo trans– cómo se que diluyen; están en otras luchas, en otras batallas. Esperemos que pronto haya un director o una directora trans que también tenga esas oportunidades”.

Sueño en otro idioma cine mexicano lgbtiq+
Sueño en otro idioma (2017)

A excepción de lo hecho en Carmín tropical (2014), de Rigoberto Perezcano (Norteado), o Estrellas solitarias (2015), de Fernando Urdapilleta (Los reyes del juego)– la ficción se ha resistido a representar a la comunidad trans. Sin embargo, el cine documental les ha dado amplia visibilidad con trabajos como la mencionada Quebranto (2013), de Roberto Fiesco, Las flores de la noche (2020), de Omar Robles y Eduardo Esquivel –responsables de los cortos Los desterrados hijos de Eva y Uriel y Jade, respectivamente–, o Cosas que no hacemos (2020), de Bruno Santamaría (Margarita), Made in Bangkok (2015), de Flavio Florencio (Y Dios quiso) o El compromiso de las sombras (2021), de Sandra Luz López Barroso (Artemio). «Nosotros queremos hablar de lo que nos mueve y nos representan», afirman Omar Robles y Eduardo Esquivel sobre el cine que los ha distinguido. «Las flores de la noche es una oda a la juventud y a los nuevos tipos de refugios y familias [que se construyen en la comunidad]. Somos muy conscientes de que, desafortunadamente, vivimos en un país donde es peligroso ser uno mismo. Allá afuera hay gente que odia y actúa desde la violencia. Pero nosotros quisimos hacer una película luminosa, que hablara sobre lo importante que es enfrentar la violencia con dignidad».

Las flores de la noche (2020)

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La homofobia invisible 

No solo basta con filmar una historia: es necesario que llegue al público. Ante la ausencia de espacios para proyectar historias LGBTIQ+ en 1997 surgió el Festival Mix, considerado el primer evento cinematográfico en nuestro país dedicado a historias de diversidad sexual. «Las ganas [de crear este evento] nacieron del amor al cine y de saber que existe alguien como tú haciendo cine y queriendo contar historias en las que te puedes reflejar», nos dice Arturo Castelán, director y fundador de dicho evento.

«Yo, como espectador, me sentía con las ganas de ir al cine y ver lo que estaba haciendo mi comunidad en el mundo. Y, más que nada, lo hacía para franquear esa frontera invisible que se ponían los programadores [de películas] en aquel entonces. Cuando llegábamos a pedir apoyo, escuchaban el término ‘diversidad sexual’ y pensaban que era cine porno. Las películas de Hermosillo, por ejemplo, se estrenaban el cine Teresa o en el cine Savoy, los cines porno soft que existían en la ciudad. O estaban ahí o en la Cineteca, pero nunca en el resto de las salas».

A 25 años de distancia, y cientos de historias que han llegado a su público a través de este espacio, el Festival Mix se ha convertido en una poderosa ventana de disidencia y representación. «La homofobia es algo que, sin motivos, se cuela por todos lados. Es un odio que vas heredando y que haces que permanezca. Por eso hicimos el festival, para enfrentarnos a eso, para mostrarle a le gente otras realidades, para inspirar y generar un diálogo entre el público y los realizadores».

Arturo Castelán, director del Festival Mix

A pesar de los avances, de las batallas que se han ganado y los espacios que se han conquistado, el cine mexicano LGBTIQ+ sigue lidiando con una homofobia invisible que parece resistirse a desaparecer. El baile de los 41, la película más reciente de David Pablos (Las elegidas), experimentó en carne propia los tres tipos de censura que dictan el camino de nuestra industria fílmica: aquella que se genera cuando se niega el apoyo a un proyecto, cuando se decide no programar una historia en cartelera o cuando las autoridades delimitan el público que podrá ver cierta película.  La película llegó a los cines del país con una clasificación C, apta únicamente para mayores de 18 años. “Me sorprende que sean mucho más censurables los desnudos masculinos, los actos amorosos entre hombres, que la violencia explícita”, nos dijo David Pablos sobre la calificación a su película. “Y eso habla mucho del país y de la realidad en que vivimos. Aquí, la violencia está tan normalizada y mediatizada que ya ni siquiera es un tema. Es algo que simplemente no entiendo”.

Algo similar sucedió con La región salvaje, de Amat Escalante, en 2018, cuando días antes de su estreno comercial en México, Cinemex decidió cancelar sin previo aviso –y sin mayor explicación– la exhibición de dicha película. En aquel momento, al ganador del León de Plata a Mejor dirección en Venecia se le dijo que «no tenían suficiente espacio por la cantidad de títulos” que estrenarían aquel fin de semana. “Es una lástima», nos dijo Amat. «Sólo hay dos cadenas de cine en el país. Le cerraron la puerta a La región salvaje y es algo indignante”.

Alfonso Herrera y Emiliano Zurita en El baile de los 41

Para Los días más oscuros de nosotras, su ópera prima, Astrid Rondero perdió a uno de los contribuyentes que apoyaría su exhibición a través de EFICINE “al enterarse que había un tema lésbico [en la película]». Actualmente, los nuevos estatutos de IMCINE se han enfocado en apoyar la producción de historias sobre poblaciones vulnerables o que no han tenido mucha visibilidad. Aunque se busca impulsar historias dirigidas por mujeres o por miradas indígenas, se ha dejado fuera la producción de cine mexicano LGBTIQ+.

“La comunidad salió [de las convocatorias], afirmó Astrid. “No estamos como parte de las prioridades [de producción]. Me parece interesante conversar [sobre eso] porque todavía no estamos en el punto de que no juegue en contra de nosotros la discriminación”.

El cambio desde la pantalla

En el año 2000, cuando Julián Hernández estrenó Mil nubes de paz, la escritora Malú Huacuja del Toro –quien años después escribiría el guion de su película Rencor tatuado– le preguntó sobre lo que pasaría con él cuando todas aquellas temáticas de diversidad que él quería abordar, fueran tratadas por mucha gente. “Yo dejaré ese lugar y me iré a hacer otras cosas que también me interesan”, respondió Julián. “Para después regresar”, agregó en aquel entonces. “Yo pensé que ese día jamás llegaría y afortunadamente llegó”, dice hoy, tras haber estrenado La diosa del asfalto, su sexta película en la silla de dirección.

«Que los personajes principales de una película sean parte de la comunidad LGBTIQ+, y que eso no se asuma como el tema principal de una historia, es un avance importante», afirma el actor Armando Espitia, protagonista de la cinta Te llevo conmigo (2020). El debut en la ficción de la documentalista Heidi Ewing (Jesus Camp, 2006) retrata la historia de Iván y Gerardo, una pareja de mexicanos que debe emigrar a Estados Unidos en busca de una vida mejor. «Pero sí considero que el cine mexicano va tarde como reflejo de la sociedad mexicana. Tenemos que ponernos al día con la ellos y representar cómo se vive en todos sectores de nuestro país. No todos vivimos con los mismos privilegios y hay que seguir trabajando por ellos», afirma el también actor de Nuestras madres. «Nuestra película, por ejemplo, va más allá de eso: aquí vemos a dos personas luchando por un sueño. Y su amor va más allá de cualquier etiqueta», complementa Christian Vázquez, coestelar de esta historia.

«Para mí, lo más importante siempre ha sido las relaciones humanas», nos dice el cineasta Ernesto Contreras (Sueño en otro idioma), a propósito de Cosas imposibles, su cinta más reciente, y la forma en la que Miguel, su protagonista –interpretado por Benny Emmanuel– va aceptando su verdadera identidad sexual. «Me interesa retratar seres humanos y hablar de forma muy abierta sobre cómo somos, lo cual nos da un espectro muy amplio. Me interesa no juzgar, no etiquetar, sino simplemente hablarlo o mostrarlo de forma muy natural o normalizada esa presencia, esa representación, pero sin un afán didáctico o de una postura. Lo veo de forma muy abierta, muy natural. Para mí no tiene ninguna importancia la preferencia sexual de mis personajes. Mi mayor deseo es que se vean como seres humanos; personas con quienes podemos convivir, que pueden ser parte de nuestra familia, nuestros amigos o incluso ser nosotros mismos».

Christian Vázquez y Armando Espitia en Te llevo conmigo (2020)

«Lo digo sin ningún asomo de soberbia», advierte Roberto Fiesco, «pero Mil nubes empezó a abrir puertas y creo que el trabajo que hicimos Julián y yo ayudó mucho a que muchas cosas cambiaran. Me siento muy orgulloso de eso. Yo no me considero activista, pero creo que sí hay una manera de hacer activismo a través del oficio que uno tiene; y en nuestro caso es el cine. La postura política que podemos tener y el activismo social que podríamos hacer lo hemos hecho siempre en nuestras películas, otorgándole a la comunidad la visibilidad y la identidad que merece».

mm Apasionado de ver, escribir, leer, investigar y hablar sobre cine en todas sus formas. Soy fan de Star Wars, me sé de memoria todos los capítulos de Friends y si me preguntan de cine mexicano, no hay quien me calle. Editor en Cine PREMIERE.
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