Tótem: Lila Avilés, Naíma Sentíes y la película mexicana que cautivó 2023

La segunda película de una cineasta conlleva siempre una carga particular. Es como el segundo disco de un músico o el segundo libro de un escritor. Se cree que son el rito de paso, la prueba de fuego que debe consolidar o afianzar su autoría y talento. En el caso de la directora mexicana Lila Avilés, las expectativas eran especialmente altas: su primer largometraje, La camarista (2018), fue una de las óperas primas más exitosas y alabadas del cine mexicano reciente. Ambientada en el íntimo microcosmos de un hotel, y narrada desde la mirada de una camarista silenciosa y perspicaz, la película ganó más de una decena de reconocimientos, incluyendo el Ariel a Mejor ópera prima, además de haber sido seleccionada por la Academia mexicana para representar al país en los premios Óscar de 2019.
Esa primera incursión directorial elevó a Lila a un Olimpo de cineastas referencia (la mayoría mujeres), que más que promesas se convirtieron en pequeñas instituciones. Junto con Alejandra Márquez Abella (El norte sobre el vacío) y Natalia Beristáin (Ruido), su nombre empezó a aparecer en cualquier listado sobre cine mexicano del siglo 21, y a saltar de boca en boca en cualquier plática, análisis, balance o discusión sobre cómo el mejor cine mexicano de hoy está hecho por mujeres. Después de tal entrada triunfal con su primera película, ¿a dónde debía ir la siguiente?

Curiosamente, uno de los diálogos de Tótem, segundo largometraje de ficción de Lila, podría ser una buena respuesta a esta pregunta. En él, uno de los personajes habla de cómo la vida de las personas suele avanzar en espiral, regresando siempre al mismo lugar, aunque nunca sea exactamente el mismo. La idea resume bien la forma en que Lila parece acercarse al cine, no desde un deseo de escalar, sino de un constante retorno a lo que le es genuino y propio.
“A veces hay un tabú o un prejuicio, de que si te fue bien con la primera película, la segunda tiene que ser más grande”, contó la cineasta, en una conferencia de prensa reciente en la Ciudad de México. “Pero lo que me gustó mucho de Tótem es que sabía que la tenía que mantener muy cerquita a mí”.
Este tipo de aproximación, más personal y vivencial, le ha vuelto a dar resultado. Desde su premiado estreno en el Festival Internacional de Cine de Berlín el pasado mes de febrero, Tótem lleva ya más de cuarenta galardones de varios certámenes en distintos continentes, incluyendo una nominación en los Gotham Awards (al lado de películas como Poor Things, de Yorgos Lanthimos) y también ha sido elegida para representar a México en la búsqueda por una nominación en los premios Óscar 2024.
“Algo muy lindo de mi camino es que desee ser cineasta por tanto, tanto tiempo, que cuando hice La camarista ya traía varias historias conmigo”, nos platica la realizadora de 41 años, quien comenzó su carrera como actriz y directora de teatro.
Filmada durante la pandemia por COVID, Tótem es un regreso a los microuniversos, pero esta vez en la forma de una casa familiar. La protagonista es Sol, una niña de siete años que visita el hogar de los abuelos para celebrar el cumpleaños de su papá, un pintor joven, aquejado por una enfermedad terminal. A través de la mirada de esa infancia curiosa, que se maravilla de los pequeños animales e insectos que rondan por la casa, vemos a la familia preparando una fiesta que sabe a despedida. La película retrata una cotidianidad-cebolla, con múltiples capas de duelo, alegría, comunicación, caos y amor.

“Me interesaba mucho regresar a la casa, al concepto de cómo nos habitamos”, comparte la cineasta. “Todo viene de ese núcleo, porque todos compartimos esa misma necesidad de tener y construirnos una esquinita en el mundo”.
Pero Tótem tenía un reto particular: al estar ambientada en una sola locación, en la intimidad de una familia, lo más importante era encontrar el elenco adecuado. A las tías que cuchichean y andan ajetreadas por las habitaciones, al abuelo que gruñe ante las malas conductas, al padre que en su enfermedad intenta mantenerse en pie para su hija y a la enfermera que le echa porras. Pero, sobre todo, había que hallar a Sol, la pequeña protagonista, una presencia sensible pero que también debía ser una heroína.
“Yo sabía que la médula de la película estaba en el casting”, cuenta la directora, quien decidió llamar a su amiga, la actriz Gabriela Cartol, protagonista de La camarista, para ayudarla con la selección. “Yo quería llegar a la filmación como samurái, pero terminé llegando exhausta porque el casting fue muy cansado y complejo”.
Pero también fue exitoso. La cineasta encontró a un grupo diverso, formado por actrices con experiencia en cine, teatro y televisión, y actores no profesionales. A Monserrat Marañón, Marisol Gasé, Iazua Larios y Teresa Sánchez –con quien Lila también trabajó en La camarista– se unieron presencias como la de la pequeña Saorí Gurza o el guionista y novelista Mateo García, nieto de Gabriel García Márquez. Pero fue gracias a Iazua que Lila y Gabriela descubrieron a la niña protagonista. La actriz recomendó para el papel a su sobrina, Naíma Sentíes, nacida en 2012 y quien no había tenido ninguna experiencia en cine.
Una vez que el elenco estaba completo y la locación elegida (una casa de la Ciudad de México cerca de Periférico, que dio algunas complicaciones por el ruido), solo faltaba crear el ecosistema creativo capaz de dar vida a una familia de existencia sencilla, pero compleja. Como todas.

¿Cómo hacer una película TOTEMica?
Para Naíma Sentíes, Sol es como una “guardiana del bosque”, una niña curiosa, muy parte de su casa y de su clan, pero que tiene una relación especial con los animales y el mundo diminuto de caracoles, hormigas, abejas y aves que habitan esa casa. “Se da cuenta de lo que pasa a su alrededor y se conecta”, nos platica Naíma, “busca un lugar para ella”.
La actriz de once años vivió desde pequeña en Coatepec, Veracruz, en donde aprendió a estar cerca de la tierra y la naturaleza. Basta entrevistarla unos minutos para entender por qué las personas a su alrededor suelen decirle que habla como una mujer mayor. En sus palabras y fraseos se esconde una sabiduría desconcertante: habla sobre los ciclos de la vida, sobre lo increíble que es la memoria de los animales, sobre la inevitabilidad de la muerte y la naturalidad con la que Tótem retrata los lazos y la vida cotidiana de ese hogar. Un retrato con el que los espectadores de distintos países se han identificado.
“Son cosas habituales de cualquier casa”, comenta Naíma. Y como ejemplo está la escena con la que Tótem inicia, un momento muy íntimo y casual de una madre y su hija en un baño. “Ese día me trajo a la mente un momento que yo tuve con mi mamá, muy parecido. ¡Me metí tanto que cuando tocan a la puerta en la escena me espanté!”.

Las decisiones detrás de Tótem destacan en un panorama de cine mexicano que frecuentemente busca (muchas veces sin éxito) contar historias “naturales” o “realistas”, sin artificios en el lenguaje. “Era encontrar en cada escena estos pequeños rituales que son las cosas más sencillas”, comparte Lila sobre su proceso. “Uno es diferente a partir de los otros y me interesaba esa esencia. El secreto de cómo se filma eso, pues no hay secreto. Lo que buscaba era contener un poco [ese universo complejo], son pedazos de vida”.
Lila confiesa que nunca sería capaz de hacer un storyboard, esos diagramas ilustrados en cuadritos, en donde se establecen las posibles tomas de forma más o menos exacta. Tampoco está interesada, especialmente en lo que respectaba a Tótem, en tener un proyecto en donde “A más B sea igual a C”. Cuando en la conferencia de prensa una periodista le preguntó cuál había sido su intención comunicativa con esta película, ella respondió que no había tal. El caos, la intuición y en especial el juego tienen un papel importante en su proceso creativo y de dirección.
“Lila generó un ambiente que yo no había visto nunca hasta ahora en toda mi experiencia fílmica”, comentó la actriz Iazua Larios, quien ha trabajado con directores como Mel Gibson en la película Apocalypto. “Sentí mucha magia durante la filmación. Magia y caos. Pero que vino a ser un caos positivo”.
El elenco coincide en los dotes de “hechicera” de Lila, su poder para crear cierta atmósfera emocional que permite la exploración y la intimidad. “Hicimos lo que yo llamo cineturgia”, confesó Marisol Gasé. “Lila nos dijo, ok, hay un guion y personajes, pero ahora quiero que improvisen, que sientan a estas hermanas, a su historia. Era llevar los personajes a las últimas consecuencias a través de la improvisación y después ahí prender la cámara”.
Monserrat Marañón, acostumbrada al teatro, en donde toda actuación debe ser grande y estentórea, dijo que sintió que Lila hizo un “zoom” a su cuerpo, a sus ojos y corazón. Tótem se caracteriza por tomas cerradas, cuadros que le dan contención al microcosmos. La fotografía de Diego Tenorio, conocido por su trabajo en películas como La paloma y el lobo, limita el pequeño universo a los lados, arriba y abajo, pero le permite profundidad y se mantiene fluida. “Él y yo somos amigos, y eso facilitó la experimentación”, platica Lila, “Quería esta cosa con la luz y la sombra, pero que no estuviera rígida. No quería dar esta sensación de, ¡órale, el fotógrafo está haciendo algo increíble con la luz!”


Para la cineasta también era importante evitar las sobreactuaciones que resultan de protagonistas tratando de actuar como tales. Por ejemplo, niñas queriendo actuar como niñas, en lugar de solo serlo libremente ante la cámara. Para Lila, la mirada de la infancia “no se captura”, se acompaña y se deja ser. Incluso se adopta.
“Yo soy un desastre, y siempre lo fui”, admite Lila riendo, “pero, siempre juego. Siempre tuve esa cualidad de jugar. Y en ese código es que yo fluyo. Ahí siento que comunico. Y sí, a veces da mucho miedo acercarte a la infancia, sobre todo desde este lugar de… ¡A ver, Lila haciéndole de directora! No, pues qué miedo. Mejor que sea ¡Lila haciéndole de Lila! Y ahí sí lo entiendo. Siempre era irnos por lo más sencillo. Ir en pos de la energía: cuando eres niña a veces tienes mucha, a veces tienes poca. Es entenderlo y fluir con eso”.



Lila recuerda ferozmente el día en que “algo cambió” y se decidió a seguir su sueño de hacer películas, casi de la nada, pues nunca fue a una escuela de cine. Ese momento en que ella misma se puso su etiqueta de directora de cara al mundo: “Así de, tú no sabes, ¡pero yo ya sé que soy cineasta!”, recuerda riendo.
La directora agradece de cierta forma no haberlo hecho cuando era veinteañera, porque eso le dio la madurez y las experiencias de vida necesarias. Para ella, hacer cine no se trata solo de tener una cámara, es el lugar en donde una vuelca por completo. “Yo solo sé que quiero ser cineasta, es en donde más feliz me siento, en donde más cómoda me siento donde más lila, me siento donde más libre, dónde se vuelve un delirio al tiempo, pero dónde siento que tengo más posibilidades de ser yo misma”.

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