‘Una quinta portuguesa’: El hogar de la distancia

¿Qué es la patria? Respuestas hay obvias: un país, una bandera, una propiedad, un símbolo, un pedazo de tierra. Sin embargo, hay algo de desconexión y dolor en la palabra, una huida del contexto, ese del que cada sociedad es ineludible (guerras, pobreza, hambre, falta de dignidad) y cuya migración solo responde a la búsqueda de un lugar mejor. Por lo tanto, ¿qué legitimidad tiene un término que no es capaz de amparar la complejidad del mundo?
‘Una quinta portuguesa‘, segunda película de Avelina Prat, propone un concepto que puede ser el sustitutivo perfecto de la patria: el hogar. Insistiendo en temas que ya se trataban en su anterior película, la también maravillosa ‘Vasil‘, Prat aleja la inmigración de su significado conflictivo que tiene hoy día, abriendo camino a los lazos interpersonales como ese lugar que todos ansiamos encontrar.
La desaparición de la mujer de Fernando (Manolo Solo), un tranquilo profesor de geografía, le hace emprender un viaje sin rumbo, lo que le lleva a suplantar la identidad de un jardinero de una quinta portuguesa, donde establece una inesperada amistad con la dueña (Maria de Medeiros), aunque el pasado, tarde o temprano, nos alcanza a todos.

La película está plagada de fantasmas, traumas y recuerdos que forman parte del puzle de la vida, uno muchas veces abandonado a medio hacer en el trastero, esperando que se complete por sí mismo. Sin embargo, como bien dice el personaje de María de Medeiros (Amélia): «A los fantasmas hay que enfrentarlos«. Este empuje a la estructura circular, a volver a empezar para mirar adelante, es el que propone ‘Una quinta portuguesa’, y es que para avanzar primero hay que hablar con los fantasmas, y no ignorarlos cuando se manifiestan en nuestra memoria.
Temáticamente estamos cerca de ‘El maestro jardinero‘, película en la que Paul Schrader también cargaba sobre los hombros de un jardinero el peso de un pasado pedregoso, aunque la sobriedad bressoniana del director norteamericano poco tiene que ver con la delicadez de Avelina Prat. El juego de casualidades que proceden a convertirse en causalidades bien podría ser heredero de Wong Kar Wai e incluso la primera parte de la obra de Julio Medem, y sin embargo, de nuevo, la sencillez de la directora contrasta con las barrocas y oníricas imágenes de ambos.
El hogar al cobijo de las distancias
El acto de honestidad que efectúa Prat reside en las distancias, esas que su cámara respeta fielmente durante cada segundo de metraje, sin caer nunca en rupturas subrayantes: no existen zooms, ni primeros planos, ni grandes lloros; solo planos medios y generales, ligeros paneos que acarician el duelo y la pérdida sin dejar nunca de arroparlos para construir una sensación de huida hacia delante.
En un precioso paralelismo con el cine de Alexander Payne, escena final de ‘Los que se quedan‘ incluida, donde profesor y alumno se estrechan la mano en el gesto de mayor carga emocional de la película; en ‘Una quinta portuguesa’ la mirada se atesora en cada plano, sosteniendo a través de un hilo invisible todos los sentimientos que no se revelan mediante palabra, pero que existen en la honestidad de la cámara de Avelina Prat.

Manolo Solo, María de Medeiros y Rita Cabaço encarnan con tristeza y pesadumbre el pasado, pero elaboran en ese juego de miradas una preciosa esperanza para el futuro inmediato. Los personajes secundarios no son escorzos para avanzar la trama, todos tienen su peso y complejidad ya que, cuando Avelina los muestra, no ocupan un rincón, sino el centro del plano, en sus virtudes y defectos, apoyando esa idea de que los lazos entre personas, cuando incumben ese nivel de honestidad en la mirada, pueden servir de hogar.
Mantener las distancias pase lo que pase en el interior del plano es un gesto de una belleza contenida inimaginable, permitiendo descansar a las imágenes en un entorno seguro, familiar y alejado de juicios, como los propios personajes, que mantienen las distancias adecuadas para que ese espacio sirva de cura y realización. El gesto mínimo y contenido posee una carga infinita solo de posible captura por una cámara, esa que atestigua reposando desde la distancia.

Esa mirada es capaz de emocionar hasta tal punto que, regresando al inicio de la crítica, se renuncia abiertamente a la patria y se alza, en un gesto que confirma el plano final de la película, el concepto de hogar, ese que reside en el espacio entre personas, pudiendo por fin existir en paz con uno mismo al regazo de aquellos que han permitido, a través del buen amor, la existencia de dicha anchura existencial.
‘Una quinta portuguesa’ se estrena el 9 de mayo de 2025 en cines.
7
Lo mejor: Las distancias que establece Avelina Prats como medio para el respeto, la honestidad y la cura.
Lo peor: Que en una época donde todo parece gritar, los susurros de la película de Avelina Prats no se escuchen.
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